solsticio de verano

solsticio de verano

martes, 27 de abril de 2010

SOLSTICIO DE VERANO 74

CAPÍTULO 74. ¡SORPRESA!




Dani y yo abandonamos el retiro en cuanto dieron las 9 y media, el tiempo se nos había pasado volando. Eso que dicen que cuanto mejor lo pases, menos te das cuenta de que el tiempo transcurre, pues es cierto, aunque ese día hubiese preferido que no fuese así.
Cogimos el metro y nos dirigimos a mi casa. Dani me acompañó hasta el portal, por si acaso estaba mi madre arriba. Le miré a los ojos y sonreí, lo había pasado genial con él, ese día había sido uno de los mejores de mi vida. Él lo sabía, por eso no me hizo falta decírselo, con solo una mirada ya nos entendíamos.
Él también me sonrió, parecía que se sentía igual de bien que yo y que todo lo que habíamos vivido también le habían marcado a él.
Le di dos besos y un fuerte abrazo y me metí en el portal. Antes de que el ascensor llegase me giré para verle marchar, aún seguía en la puerta, mirándome, transmitiéndome justo lo que necesitaba en ese momento. Ambos volvimos a sonreír. Le tiré un beso y lo cogió, era tan fácil ser una misma cuando Dani estaba cerca. El ascensor llegó y me subí.

Tras un día lleno de risas, de buenos momentos y de felicidad, tocaba volver a casa para decirle a mi madre por qué había vuelto tan pronto del pueblo y pedirle que nos llevase a mí y a Dani a Guadalajara.
Tocaba noche madre e hija y teníamos muchas cosas de las que hablar.

Entré en casa y las luces estaban encendidas, mi madre ya había llegado.
Fui hacia el salón y la vi sentada en el sofá, con la mesa transportable, cenando, como hacía todas las noches.
Al verla así, sonreí, delante de mí estaba mi madre, pero ella no era una madre cualquiera. Es una madre que trabaja las horas que hagan falta con tal de que a sus hijas no les falte de nada. Una madre que si tiene que sacrificar una salida con sus amigas por estar con sus hijas, lo hace. Una madre en la que puedes confiar y a la cual yo le contaba todos y cada uno de mis secretos. Una madre que te regaña cuando debe hacerlo y te premia cuando has hecho algo bien. Una madre que sonríe cuando tú sonríes, que llora cuando tú lloras y que se emociona cada vez que le dices alguna cosa bonita por el día de su cumpleaños. Una madre que sabe lo que quiere en la vida y que lucha por ello. Una madre que quiere a sus hijas por encima de todo, por encima de las desobediencias, de las malas contestaciones, de las discusiones, de las faltas de respeto, de las exigencias, de todo. Una madre, mi madre, sin la cual yo no era ni soy nadie.
Al verme sonrió ella también, pero no pudo evitar poner cara de preocupación, como todas las madres, ella estaba preocupada por su hija, por mí.


- ¡Hola mami!- dije manteniendo mi sonrisa.
- ¡Aurora! Pero ¿qué haces aquí?
- ¡sorpresa!- grité sin dejar de sonreír.
- Aurora que nos conocemos. ¿qué ha pasado? ¿por qué has vuelto tan pronto?
- Prefiero cambiarme antes de contarte nada y tengo un hambre horrible, ¿pedimos una pizza?
- Hija, pero si yo ya he cenado.
- Es verdad, bueno entonces me tomaré unas rajas de melón.
- Te voy a hacer un sándwich, pero me tienes que contar qué es lo que ha pasado ¿vale?
- Vale mami, voy a cambiarme.- me acerqué a ella y la di dos besos y un abrazo para luego irme a mi habitación.

Llegué a mi habitación y dejé el bolso encima de la cama, sentándome yo al lado. Miré a mi corcho, en concreto a la foto de mis padres, mi hermana y yo en Disneyland París.
Tenía 10 años, fue el verano en el que hice la comunión. Mi hermana era prácticamente un bebé, sólo tenía cuatro años. Sonreí al recordar cómo nos hicimos la foto, mi hermana no quería ponerse y yo la chantajeé diciéndole que si se ponía la compraría la muñeca de Fiona. Salíamos todos riéndonos, porque mi hermana no paraba de repetir “ ¡Voy a tener a Fiona!”
El año 2004 fue un buen año, no lo recordaba todo, pero si la mayor parte.

Con el paso del tiempo fui cambiando, creciendo, empezando a pensar las cosas por mí misma, empezando a suspirar por los chicos, empezando a contradecir a mis padres. Ahí empezaron los problemas, cuando la adolescencia entró en mi vida.
Ya nada era como cuando era pequeña, en mi casa sólo se oían discusiones mías y de mi madre. Nunca nos poníamos de acuerdo en nada, yo siempre estaba castigada y ella muy enfadada conmigo. Entonces mi padre entraba en escena y me decía “ Hija, cómo has cambiado. Te has vuelto muy rebelde” Y a mí, cómo aún tenía algo de mentalidad de niña, me dolían sus palabras, porque oír eso de mi madre era ya una rutina, pero de mi padre era como si me estuviesen clavando espadas por la espalda.
Aprendí mucho en esa corta etapa de mi vida de preadolescente.


Miré una vez más la foto y pestañeé dos veces, no estaba en disney, ni tampoco en una de las discusiones con mi madre, estaba sentada en mi cama, recordando, pero con un problema mucho mayor que una discusión, perdía a mi mejor amigo.

Me cambié de ropa y me puse el pijama de kity que aún tenía bajo la almohada.
Fui al baño y me hice una coleta alta, hacía mucho calor.
Cuando ya me vi dispuesta a contarle todo a mi madre, salí del baño tras respirar unas cuantas veces hondo.
Mi madre me esperaba ya en el comedor, con mi sándwich en la mesa y dos rajas de melón.
Me senté y miré la tele, las noticias, había habido un accidente en barajas, en la T-4. ¿Cuándo dejaría la gente de hacer mal?
Mi madre quitó la tele en cuanto terminé de cenar y me miró seria.
Ya sabía lo que me esperaba, la cosa era cómo contárselo sin ponerme a llorar. No sabía cómo decírselo, aún me costaba asimilarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario