solsticio de verano

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sábado, 19 de junio de 2010

SOLSTICIO DE VERANO 80

CAPÍTULO 80. UNA BATALLA EN MI INTERIOR.





Era ya la hora de la cena, la mesa estaba puesta, seis platos contando a mi madre que se iba a Madrid después de cenar.
Me senté en mi sitio, enfrente de la televisión y de espaldas a la puerta. Dani se sentó en el sitio de mi hermana, justo a mi lado.
Mi abuela había echo de cenar tortilla de patata, una de mis comidas preferidas y que a ella la salían espectaculares.
Comenzamos a comer, con la televisión puesta en la uno, para ver el telediario. Solo podías ver lo que quisieses de las diez de la noche en adelante, la tarde estaba ocupada por mi tío, que siempre veía partidos de fútbol, de baloncesto o de tenis, y la mañana ocupada por mi abuelo, que veía las noticias de los días anteriores. Lo que era ya prácticamente una tradición, era sentarnos todos a la mesa a cenar y poner el telediario mientras comentábamos las noticias o cómo nos había ido el día.
Al ver que todo lo que hacíamos años atrás, se había mantenido, no pude evitar sentir una sensación de alivio y de tranquilidad. Me sentía en casa, me sentía muy bien y en muy buena compañía.

A la vez que iba recordando los momentos pasados en esa mesa tan grande en la que cabíamos los diez de la familia, fui mirando uno a uno tanto a mis abuelos como a mi tío.
Empecé con mi abuelo. Era un abuelo, claro está, pero no como todos, mi abuelo Marcos era diferente. Siempre sabía cómo sacarte una sonrisa, se pasaba el día bromeando, pero eso sí, si había que ponerse serio, se ponía.
Quería muchísimo a mi abuela y siempre estaba para ayudarla en todo. No se rendía por nada del mundo, si se proponía hacer una cosa, al final terminaba consiguiéndola. Cuando era más pequeña me contaba cómo había sido su pasado, cuando era boxeador, o cuando empezó a estudiar a los cuarenta años para sentirse a gusto consigo mismo. Le admiraba mucho. Siempre he querido ser tan generosa y tan buena persona como él. Me daba muy buenos consejos, de pequeña, pero sobretodo cuando fui entrando en la adolescencia, referentes a mi madre, a mi padre, a mis amigos y a los estudios. Gracias a mí, entró en el mundo de la informática y yo me divertía mucho enseñándole a manejarse con el ordenador. Es el mejor abuelo que podía tener.

Seguidamente miré a mi tío, situado a un lado de mi abuelo.
Mi tío abuelo tampoco era como los demás. Cuando hablas de un tío abuelo, todo el mundo se lo imagina cómo el típico que te coge de los mofletes, que no deja de sonreír cada vez que te ve y que te trata como una niña toda tu vida. Mi tío era un soltero, pero de oro. Es cierto que me consentía muchísimo, pero a mí y a todos sus sobrinos nietos. Siempre que íbamos a verle nos bajaba a comprarnos algo en los chinos, los cuales ya le conocían de sobra. Era un gran aficionado a los deportes, no se perdía ni un solo partido. Era el que se encargaba de la piscina en verano y su rincón preferido del chalet era el chiscón, donde se pasaba horas haciendo artilugios o arreglando cosas. Siempre me recordaba la vez de cuando era pequeña y jugaba al escondite con él y con mi tata, su madre. El me preguntaba que dónde estaba y yo cómo era muy pequeñita y no sabía esconderme, salía corriendo y decía, ¡Estoy aquí tío Lolo, estoy aquí! Siempre nos había hecho mucha gracia recordarlo. Le tenía mucho cariño y siempre le he estado agradecida por todo lo que ha hecho por mí.


A continuación, miré a mi abuela. Estaba muy atenta a las noticias. Sonreí, mi abuela siempre había sido curiosa, pero no de las típicas cotillas, sino de las que se quieren enterar de las cosas importantes que tienen que ver con ella y con su familia. También era muy sensible, en eso había salido a ella. Se preocupaba mucho por la gente a la que quería y lo mínimo le hacía llorar, o bien de alegría o bien de pena. Siempre que la hacía un poema o la cantaba una canción bonita, se emocionaba y me hacía a mí también emocionar solo de verla. Lo que sentía por mi abuelo era un amor infinito, estaban hechos el uno para el otro y eso a mí siempre me había servido cómo referencia de pareja perfecta, con alguna discusión, pero sin importancia y con un amor que sobrepasa barreras. Ella cuando era joven, también cantaba y por eso siempre le ha encantado que le cantase alguna canción. Mi abuela no era como las demás, era como mi segunda madre., al fin y al cabo era mi madrina. Siempre que iba a verla, nuestros abrazos me reconfortaban y al verla sonreír, por muy triste que yo estuviese yo también sonreía. Yo no he recordado nunca, porque era muy pequeña, pero cuando tenía un año más o menos, mi abuela todas las tardes venía a mi casa a llevarme a dar un paseo en mi carrito, con mi tata del brazo. Entre las dos me cuidaban y ahora siento que debo ser yo quién la cuide a ella. Es una abuela especial, como ella no hay ninguna. La quería muchísimo y si ella no estuviese no sé que sería de mí.



La cena fue bastante tranquila, no hubo demasiada conversación, puesto que ya a bastante interrogatorio nos habían sometido tanto a Dani como a mí.
Después de recoger la mesa, mis abuelos y mi tío se salieron a la terraza a tomar el aire, como hacían desde que yo tenía memoria. Mi madre se tenía que ir ya y la despedimos. Después Dani y yo, decidimos quedarnos dentro para ver una película.
Dani se sentó en el sofá grande y yo a su lado. Pusimos la televisión y con el paso de la película, fui poniendo la cabeza en el pecho de Dani y él me fue rodeando los hombros con su brazos. Parecía la escena de la película que estábamos viendo sobre unos enamorados, solo que nosotros sólo podíamos ser amigos.
Cuando la película terminó, nos pusimos de acuerdo en salir a dar un paseo por la urbanización. Mis abuelos y mi tío estuvieron de acuerdo, pero por petición mía, no vinieron con nosotros.
La noche estaba bastante oscura, la luna no iluminaba tanto como otras veces, como la vez que Toni y yo nos besamos por primera vez.
No quería pensar en Toni más, él era mi novio y sabía que iba a estar ahí siempre, pero Dani era mi mejor amigo y era yo la que tenía que estar ahí siempre con él. Tanto física como mentalmente.
Andamos entre los chalets que había en la urbanización. Uno eran enorme, otros normales y otros un poco pequeños.
Recordé la vez que cogí la bici por primera vez en la urbanización. Tendría unos 6 años, mi madre estaba embarazada de mi hermana y yo quería aprender a montar en bici para cuando la enana creciese, poderla enseñar.
Cogí la bici de mi tío Manuel, el hermano de mi madre. Me estaba un poco grande, pero no me importaba porque todo mi afán era aprender a montar una bici grande y así sentirme más mayor.
Me monté y fui pedaleando hasta llegar al conjunto de chalets en el que estaba ahora con Dani. En una de las casas, había un perro enorme que nada más pasar yo empezó a ladrar como un poseso y al ser pequeña, me asusté y me caí de la bici. Luego me asomé a esa casa, intentando evitar al perro. El chalet era de los normales, ni grande ni pequeño y en la terraza que daba al jardín delantero, vi a un chico un poco más mayor que yo jugando con la pelota con su perro más pequeño.
Al recordarlo me hizo gracias y sonreí, ahora me daba cuenta de que ese chico con su perro era igual que yo con mi gatito.

Sé que pensaréis que esto no tiene nada que ver con el paseo con Dani, pero para mí fue muy importante recordarlo, fue una nueva etapa en mi vida, como la que estaba viviendo en esos momentos. Tuve que superar el miedo a las bicis grandes sin ruedines, y a los perros que ladran muy fuerte. Y ahora estaba intentando superar un miedo todavía mayor, el miedo a quedarme para siempre sin mi mejor amigo, por eso tenía que pasar tiempo con él, para que no me olvidase para siempre.

Miré a Dani a la cara, a pesar de la oscuridad. Las farolas no estaban muy encendidas, pero la mínima luz que había me bastaba para poder contemplar sus preciosos ojos azules, esos que a mí tanto me gustaban.
Él también me miró, tan dulce y tierno como se miran una pareja. Sonreí, me esperaba que pasase cualquier cosa entre nosotros esa noche y la semana entera. Sabía que por mucho que me intentase resistir, mi corazón sería el que terminaría ganando la batalla contra mi mente. Pero tenía que intentar seguir ocultando todo ese amor que guardaba hacia él, no amor de amigos, un amor de verdad que yo ni siquiera sabía que existía.

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